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viernes, 21 de noviembre de 2014

Dioses de la luz

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Antes del fuego los mapuches vivían en cavernas, siempre atemorizados ante el peligro de erupciones volcánicas y de seísmos. Tenían que comer los alimentos crudos y para abrigarse se apiñaban con los animales domésticos.
Sus divinidades y demonios eran luminosos, como el poderoso Cheruve (dios de las Lavas). El Sol y la Luna eran dioses buenos, portadores de vida y los ancestros vivían en la bóveda celeste nocturna, en la que cada abuelo era una estrella.
En una gruta vivía la familia de Caleu, un indio que vio en el cielo una enorme y luminosa estrella con una gran cola dorada; no se lo comentó a nadie pues no sabía interpretar su significado. Pero el resto de los indios no tardó en verla. Como llegaba el fin del verano, las mujeres (su mujer y su hija) treparon la montaña para buscar frutos en el bosque con los que alimentarse en otoño. Allí se les hizo de noche y se escondieron en una gruta, descubriendo la estrella con la cola dorada.
La tierra comenzó a temblar y, con ella, una lluvia de piedras que al chocar echaban chispas. Ellas lo consideran un regalo de los antepasados. Una chispa cayó sobre un leño seco y comenzó a arder. Las mujeres se tranquilizaron al ver la luz hasta que fueron encontradas por los hombres. Estos encendieron pequeñas ramas para poder iluminarse en el regreso a sus casas. Esa noche descubrieron que con el pedernal se podía hacer fuego para alumbrarse, calentarse y cocer los alimentos.

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